Pequeños secretos, cegados por la obsesión

Pequeños secretos

Pequenos secretos

Pequeños secretos es una de esas películas policiacas que, a pesar de haber sido estrenada en el 2021, parece de los 90, o como mucho, del 2010. Es un gran filme, sumamente entretenido, pero que peca de parecer vieja, y si bien esto no afecta a la trama, si hace que se sienta por momentos un tanto repetitiva, puesto que es casi imposible no compararla con otras.

Lo bueno, es que aún con este aire envejecido, Pequeños secretos logra darle un giro muy interesante a este tipo de películas, al centrarse mucho más en lo que viven, piensan y sienten los detectives, y no tanto en el misterio, el crimen, ni mucho menos las escenas de acción. Es el tipo de historia que nos hace dudar de ciertas cosas, como la línea que separa el bien del mal, la moralidad y la justicia.

 

La trama

Seguimos la historia de una serie de asesinatos investigados por el detective Jim, a la cual el sheriff «Deke» se une de forma no oficial, por su parecido a un caso del pasado que jamás llegó a resolver que le causa un gran remordimiento. Al principio su jefe le aconseja a Jim que no permita que Deke se entrometa, ya que es el tipo de persona obsesiva que solo estorbará, pero Jim, al ver cómo Deke pone todo su esfuerzo en el caso, termina permitiendo abiertamente su ayuda.

A partir de entonces ambos harán todo lo posible para resolver los asesinatos, mientras Deke nos habla un poco sobre su punto de vista, y sobre cómo necesita dar un cierre a todo esto. Jim se deja influenciar cada vez más por sus ideales, que, sumados a los suyos, lo llevan a terminar obsesionándose de la misma manera.

Pequenos secretos

La obsesión con los casos

Tal y como ocurre con Deke, es común que los detectives y policías se obsesionen con ciertos casos, por varias razones. Puede ser que se sienta, de alguna forma, identificado con la víctima, o que, por el contrario, se trate de una cuestión de orgullo, al no poder dar con el criminal, y tomarlo de manera personal, como si este se burlara de uno.

De cualquier manera, no es nada extraño que suceda, sin embargo, por más que esta obsesión los lleva a querer resolver el caso lo más pronto posible, colocando todo su esfuerzo en ello, es sumamente peligroso que continúen en el mismo, puesto que sus ansias pueden llegar a cegarlos. Esto es justamente lo que ocurre con Deke y Jim, quienes están completamente seguros de que cierto hombre es el culpable, a pesar de no tener pruebas contundentes.

Aun cuando no consiguen más evidencia, cuando ciertas cosas apuntan a que esta persona no es quien buscan, ellos no pueden tan siquiera pararse a mirar a su alrededor y buscar más posibles culpables. Por esto, el sospechoso, que casualmente es un «aficionado a los crímenes», es decir, que le gusta seguir la información sobre todo tipo de crímenes, no duda ni por un segundo en reírse de ellos en su cara, y usar la acusación de los policías para burlarse y mantenerlos «bajo su pulgar», haciendo exactamente lo que él quiere, atención.

Lo siguen por días, revisan su casa, lo acosan, le muestran el material explícito y confidencial de las víctimas para hacerlo confesar… Por momentos incluso la audiencia queda convencida de que alguien tan enfermo debe ser el asesino, pero realmente no pasa a ser más que un pasatiempo o directamente un fetiche.

Si al menos uno de los dos policías se hubiera encargado de buscar pruebas en otros lugares, seguir otras pistas, o cualquier otra cosa, tal vez habrían podido dar con el verdadero culpable, o como mínimo, dejar de perder el tiempo. Por el contrario, como la prioridad era conseguir evidencia sólida contra él, o agarrarlo con las manos en la masa, no solo se vio la investigación frustrada, sino que incluso terminó con terribles consecuencias, demostrando todo lo malo que puede causar esta obsesión.

 

El encubrimiento

En la película tenemos a no uno, sino tres asesinos. El primero, el desconocido, al que buscan, aquella «persona terrible, criminal, enfermo y despiadado», pero también tenemos a otros dos, hombres de bien, policías serviciales que hacen todo por brindar seguridad y arrestar a los malos.

Tanto Deke como Jim cometen este crimen por «error», uno porque no confirmó antes de disparar, y el otro por dejarse llevar por la ira. No es algo realmente extraño, de hecho, bajo sus circunstancias, no podemos llamarlos directamente criminales, y bien sabemos que es algo común en la policía. Ambos están arrepentidos, y por ello podemos simpatizar con ambos.

El problema es cómo estos dos policías, que buscaban incansablemente a los culpables siguiendo cada pequeña y remota pista, terminan encubriendo sus propios asesinatos con tal de mantener su estilo de vida, a pesar de que en ambos casos, acabaron con la vida de dos personas inocentes. Claro, en el caso de Jim no se trataba de lo que solemos llamar una «buena persona», pero no era un asesino ni mucho menos, a lo mucho podemos llamarlo fetichista, cosa que se arregla con terapia, no con la muerte.

Son justamente los pequeños detalles que ellos persiguieron durante toda la película, lo que queman, tiran y regalan al final de la misma, para salvarse a sí mismos. Y si bien podemos ver claramente el arrepentimiento de ambos, ahora nos es imposible verlos como a «buenas personas», sobre todo a Deke, que dio las órdenes, y engañó a Jim.

Algo que destacar, es que el final queda un tanto abierto, cosa que causó algún que otro disgusto entre el público. Con el FBI tomando el caso, y los asesinatos continuando, en el futuro lo más seguro es que atrapen al verdadero asesino, o que con el simple hecho de ver cómo esto continúa Jim se dé cuenta de la verdad, lo cual sería muy interesante de ver en una segunda película.