Programa de protección para princesas
Programa de protección para princesas es una de esas películas de Disney que muchos llegaron a amar en su infancia, pero que al verla nuevamente puede no ser precisamente lo que recordabas. A pesar de los grandes fallos que solemos encontrar en las películas para TV de Disney, Programa de protección para princesas tiene algo que la hace destacar de las demás, al ser una de las pocas que rompen el cliché de la princesa “superficial”, y muestran sus deberes reales, al menos hasta cierto punto.
Con Selena Gomez y Demi Lovato como co-protagonistas, es casi imposible que quienes crecieron con las series de “Los hechiceros de Waverly Place” y “Sony entre estrellas”, no la hayan llegado a ver en algún punto, siendo incluso la favorita de muchos.
¿Por qué hacer otra película sobre princesas en apuros?
Si bien gran parte de las princesas Disney no pueden ser catalogadas como la típica princesa “débil” que requiere de alguien que la salve, a prácticamente ninguna se le ha visto realmente cumplir con su deberes de la nobleza, a parte claro está, de “El diario de la princesa” y las tres princesas de “Mulan 2”. Entre las dos anteriores, solo podemos ver con claridad el desgaste emocional, las ataduras, y la frustración en “Mulan 2”, al ser conscientes de cómo ellas tienen que abandonar todos sus sueños, incluido el amor, por el bien de su nación.
Claro que, siendo Disney de quien hablamos, las princesas tuvieron su final feliz, pero al menos tenemos unos minutos de realidad en su película. En el caso del Programa de protección a princesas, Rosalinda (Demi) tiene que huir de su país a causa de un atentado político, y se ve obligada a vivir una vida “común”, mientras es consumida por la incertidumbre y la preocupación hacía su madre, quien se encuentra secuestrada, y su nación esclavizada.
Cambio de vida ineficiente
La princesa Rosalinda va a otro país, con otras costumbres, teniendo que comportarse como otra persona, pero en ningún momento intenta copiar a quienes están a su alrededor, resaltando muchísimo más de lo que debería en su posición. Tenemos escenas como la de la cafetería, en donde, a pesar de notar la enorme diferencia de ese lugar con su palacio, no duda ni un segundo en comer algo nuevo y extraño para ella sin molestarse en saber cómo se come, y sin siquiera mirar su alrededor.
No solo su comportamiento es demasiado resaltante, sino también sus capacidades, aunque obviamente es para crear escenas cómicas, el que Rosalinda no dude en tener una conversación perfecta en francés, mientras habla de los otros 6 idiomas que domina, cuando se supone que está en un instituto regular, no es muy inteligente de su parte. Si bien podemos pasar por alto que haga ciertas cosas a la perfección desde el primer intento, como ocurre en el boliche, lo demás deja en claro que en ningún momento se le preparó para fingir ser una “plebeya”, por el contrario, da a entender que solo con estar cerca de su guardián es suficiente.
Al final vemos que esto no es así, ya que su guardián ni siquiera captó el peligro al que se dirigía, si no hasta los últimos instantes, en los que logró salvarla. Además, no hizo nada para que Rosalinda se adaptara a su nuevo ambiente, simplemente la dejó al cuidado de su hija, quien desde el primer instante mostró hostilidad ante la sola idea de vivir con una «princesita».
Los prejuicios
Debido a la gran cantidad de películas, cuentos y demás, se tiene este prejuicio de que las princesas solo existen para verse bonitas y tener muchos vestidos, con un aire de suficiencia y una actitud y personalidad completamente “femenina”. Por esto, Carter, que solo conoce esta imagen, desprecia a Rosalinda desde antes de su llegada, apenas se le da la noticia.
Este pensamiento se le es reafirmado cada vez que Rosalinda se sorprende o asusta con cosas que para ella son normales, y a su vez, le hace creer que Rosalinda es alguien arrogante, con aires de superioridad, cuando nota que esta no hace ningún esfuerzo por adaptarse a su entorno, llamando la atención con cada cosa que hace. Aun cuando se comienzan a hacer más cercanas, podemos observar cómo Carter parece sentir un tanto de envidia ante el hecho de que Rosalinda sea tan “perfecta”.
Su sentido del deber
Para bien o mal, este tema se toca muy poco, dejándolo para el final, y si bien es acorde al personaje que quiera hacer todo lo posible por su madre y su nación, sus decisiones dejan mucho que desear, siendo en el mejor de los casos, ingenuas. Cuando le informan sobre abandonar su nación se muestra contrariada, como si no quisiera huir, sin embargo, al ser consciente de que este es su deber, sigue todas las instrucciones de la agencia.
Al enterarse del matrimonio forzado de su madre todo su esfuerzo anterior queda de lado. Ella no quiere quedarse sentada mientras su pueblo y su familia sufre, no quiere estar en una fiesta fingiendo que todo está bien, ni siquiera quiere ayuda de los demás, pues siente que es su deber encargarse de ello, y dar la cara por su país. Carter, que ahora sabe todo lo que implica la corona, está dispuesta a admitir su error, y dejarse llevar a sí misma para salvar a Rosalinda, aunque claro, este es un plan terrible, puesto que fácilmente podrían matarla apenas descubran que no es la real, y volver por Rosalinda.
Todo sale bien por conveniencias en la trama, ya que no podía ser una película de Disney sin un final feliz, mientras deja una enseñanza sobre un prejuicio que el propio Disney fomentó desde su creación. Así mismo, Programa de protección para princesas termina siendo una historia sobre la amistad, el valor y las responsabilidades, lo que la hace una película muy “diferente” a las demás, para el momento en que salió al aire.